Finalizado un Proceso Restaurativo en delito de asesinato, facilitado por AMEDI

ABC entrevista a los protagonistas del Proceso Restaurativo facilitado por AMEDI

Martes, 28 de julio de 2020

Publicado en el diario ABC, el 24-7-2020. Cruz Morcillo.
https://www.abc.es/espana/abci-vemos-como-pobre-chaval-no-como-quien-mato-nuestro-hijo-202007240246_noticia.html
 
Jesús, de 32 años, llegó temblando a un despacho de la sevillana Plaza de
España. Nada más entrar se echó a llorar como un niño mirando al suelo, incapaz
de abrir los ojos al pasado que le persigue. En esa sala le esperaban el pasado día 14 Jorge y Reyes, los padres de Juan, a quien hace once años partió el corazón con un cuchillo jamonero una noche de la Feria de Abril.
 
«Mi mujer se levantó y lo abrazó. Yo le di la mano. Siguió llorando y nos pidió
perdón», cuenta Jorge, ese padre que no ha dejado anidar el odio tras
perder a su hijo de 19 años. «Era un ser especial que iluminaba con su alegría
el lugar en el que entrara».
 
«No os puedo ni mirar a la cara», les dijo Jesús cuando logró recomponerse.
Los tres, el asesino, y las víctimas habían llegado casi al final de un camino
doloroso e incomprensible para muchos: el primer cara a cara del taller
de diálogos restaurativos que comenzó el año pasado en la prisión de
Morón, la «vía Nanclares» que se puso en marcha para los presos etarras, trasladada a los delitos comunes.
 
ABC escuchó las historias de Jesús y de otros tres internos en un aula de
esa cárcel en febrero de la mano de José Castilla de la Asociación andaluza
de mediación (Amedi). Todos habían llevado la ruina a muchas familias
inocentes y se habían abierto en canal al reconocerlo. «A nadie se le
pasa por la cabeza que le va a quitar la vida a otra persona. Solo quien ha
matado sabe cómo se siente», confesaba Jesús, que en una trifulca por una
chaqueta acabó convertido en asesino. «Estábamos borrachos, volaron las
botellas y los golpes. Le lancé una cuchillada al pecho». Luego huyó. En 2012
fue condenado a 18 años de prisión.
 
Antes del taller empezó a cartearse con Reyes, la madre de su víctima.
En febrero, 18 presos habían concluido la primera parte del taller e Instituciones
Penitenciarias con la Fiscalía de Sevilla preparaban la segunda: localizar a las víctimas y ofrecerles hablar con quien les robó la vida. Llegó la pandemia y la parálisis. Pero Jorge y Reyes leyeron el reportaje de este periódico y localizaron a  Castilla. En mayo y junio, el mediador mantuvo encuentros por separado con los padres y con el interno. Acordaron que cuando Jesús saliera de permiso se celebraría el cara a cara.
 
«Nosotros vivimos de nuestra fe y esa fe nos dio la respuesta. Al tener delante
a Jesús lo vimos como un pobre chaval, no como a un homicida, la persona
que nos quitó a nuestro hijo», explica Jorge con una serenidad que desarma.
Admite que antes del crimen de Juan era una persona rencorosa, pero su fe y su familia les sostuvieron. «Jesús se ha equivocado y nos ha pedido perdón. Nuestra intención es que él vaya rehaciendo su vida y parece que lo está consiguiendo».
Esa cita vital de lágrimas, perdón, arrepentimiento y emociones desbordadas
tuvo lugar en el despacho de Myriam Tapia, coordinadora territorial de Andalucía de Instituciones Penitenciarias y antes subdirectora general de Medio Abierto y Penas Alternativas, una de las grandes impulsoras de la justicia restaurativa. «Al cabo de
30 años como penitenciaria se ha convertido en mi razón de ser. No solo se
cumple una pena con el ingreso en prisión, tiene que haber un cambio en la
persona y las víctimas no pueden quedar olvidadas», afirma rotunda.
 
«Asumir el delito y pedir perdón».
Ella participó de esa emoción en la antesala de su despacho. Castilla fue
el hilo conductor entre los tres protagonistas. «Las posibles reticencias las
rompió el abrazo y el llanto. Los padres le preguntaron por su vida en la
cárcel, lo que hacía en los permisos. Querían saber por qué durante el juicio
no admitió ser el autor de la puñalada que mató a su hijo cuando trataba
de poner paz entre dos grupos». 
Las palabras se quedaron cortas. Juan tocaba la guitarra y bailaba –«parecía
un gitano de Triana»– rememora su padre. «Entre dos aguas», de Paco
de Lucía formó parte de esas tres horas de mirar al dolor y al futuro a la
cara. Habían buscado una canción que simbolizara el cambio vital.
 
Jesús sostuvo una foto de Juan en silencio, escuchó por boca de sus padres
que era un futbolista prometedor (una pasión compartida), que pasaba por
la vida disfrutándola en cada momento. 
«Es como si Juan barruntara que no iba a vivir mucho y no quería perdérsela», dice Jorge. «Lo único que hizo fue poner paz, con la mala suerte de que le pasó a él». Sin aquel puñal, de edad y aficiones comunes, incluso podrían haber sido amigos. Pero Jesús lo mató sin saber nada de él.
«Si me acuerdo de mi hijo, me voy a acordar de ti», le confesó Reyes, ella sí mirándolo a los ojos, y le hizo una petición, además de que encarrile su vida: que les escriba una carta a sus otros dos hijos. Los hermanos de Juan no asistieron al encuentro. «Nosotros tenemos paz, pero después de esto mucho más», dice Jorge. Jesús acarrea su cuenta pendiente vitalicia, como la llama, ahora apaciguada por el perdón de aquellos a quienes rompió la vida.